El temblor me hizo despertar. Todavía adormecido, apenas pude saber qué ocurría. El estruendo de las paredes desquebrajarse a mi alrededor era ensordecedor. Inconscientemente me lanzé al suelo y, en medio de la polvareda que me ahogaba y me cegaba, me arrastré a duras penas debajo del colchón, donde pensé que estaría a salvo. Me equivoqué.
Podía oir con horror cómo los cascotes caían sobre la cama, mientras todo se movía. El estómago giraba loco, los pulmones ardían por la falta de oxígeno en ese ambiente cada vez más envenenado de ladrillo y escayola pulverizados. La cama cedió y me rompió la espalda. El dolor fue como un latigazo y después… nada. La naturaleza me azotaba con su brazo implacable y vengador mientras yo me rendía a su justicia. Lo último que sentí fue una lágrima furtiva deslizándose por mi mejilla de pena por ella, por no haberla amado como se merecía…
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¡Muchas gracias por vuestros comentarios!
Son la energia que necesito para mis escritos.
¡Seguid alimentandome porque tengo hambre! 😀
Buena entrada. Me gusta especialmente el microrrelato con ese final tan emocionante y desgarrador.
Un saludo
El planeta nos hace pagar nuestros malos tratos.Una realidad.Muy acertado Oskartel.