Vivimos en la era de la desinformación
procesada por bytes perversos,
disfrazados de celebridades
que exaltan los deseos de ser alguien,
dentro de este rebaño de corderos.
Vivimos en la era del “todo el mundo es bueno”,
hipocresía barata, falsa
como un euro de cemento,
diluida entre selfies de demonios internos,
pixelados por la tristeza de perdernos
en mares de flaquezas.